Binomio fantástico: prado - ladrillo

Escribir a partir de un binomio fantástico es escribir utilizando dos palabras al azar. Estas no necesitan pertenecer al mismo campo ni al mismo ámbito de la vida cotidiana. Se pueden utilizar de forma completamente irreal. Todo es válido. Pero ambas palabras deben tener la misma importancia en la historia.
A partir de las palabras (del binomio fantástico) prado y ladrillo, he creado esta historia. No he jugado demasiado con ellas, pero ¡espero que os guste!

El prado de las maravillas

Cuenta la leyenda que al otro lado de las montañas azules hay un inmenso prado donde la vegetación se despliega sin fin y los animales encuentran descanso, similar al que un oasis ofrece en el desierto. Este prado verde, protegido del mundo por la cordillera que lo rodea, alberga innumerables tesoros: cascadas y ríos de agua cristalina, especies de pájaros ya extintas en el resto del mundo, animales exóticos pertenecientes a otras eras y jugosos frutos que crecen en los miles de árboles que se extienden por su inmensa llanura.

Sin embargo, el mayor tesoro de todos se esconde bajo un instrumento que llegó hasta allí por obra del ser humano: un ladrillo. Dice la historia que un descendiente de Adán enterró un tesoro, de un valor indescriptible, bajo el árbol más grande del prado. Dicho tesoro, además de innumerables riquezas, albergaba poderes divinos, destinados a aquel que retirase el ladrillo que lo cubre. Nada más que un ladrillo fue necesario para esconderlo en aquel paraíso, pues todo el que osara retirar dicho ladrillo sería víctima de una maldición mortal.

Muchos han sido los que se han aventurado en este prado de las maravillas y pocos han regresado. Los que retornaron lo hicieron con las manos vacías y la muerte reflejada en los ojos. Por sus relatos sabemos que, en el momento en que unas manos levantan el ladrillo, una lluvia de pedruscos arrecia y arrasa a todo aquel que no esté a cubierto. Por sus testimonios sabemos que los cadáveres que perecen víctimas de su codicia son después el abono para esa tierra tan fértil.

Esta leyenda llegó a oídos de una intrépida pueblerina, cuyo hogar se situaba a este lado de las montañas azules. Cuando escuchó la historia por vez primera, proclamó que conocía el secreto para destapar el tesoro enterrado. “Para encontrar el tesoro no hay que levantar el ladrillo, ¡ese es el secreto!”, pero nadie la creyó. ¿Quién escucha a una mujer si además es campesina? Pareció ajena a las burlas que se propagaban de pueblo en pueblo y anunció que se adentraría en el prado de las maravillas y que allí donde otros fracasaron, ella triunfaría. Invitó a otros a unirse a su expedición, pero incluso los más avariciosos se negaron: ni todas las riquezas del mundo valían el precio de sus vidas.

Tan solo una persona aceptó acompañarla: un niño flaco y ojeroso que estaba perdidamente enamorado de ella. Todos los vecinos de los alrededores fueron a despedirla, no por cortesía sino por curiosidad e incluso por burla. “No lo logrará, hombres más fuertes e inteligentes han fracasado”, “No tendrá el valor suficiente, hombres más osados que ella volvieron con el miedo dibujado en el rostro”.
Y de todas las habladurías, una sola predicción fue cierta: “Nunca regresará”.

Salió de la boca del sabio, pues también él conocía que el tesoro oculto bajo el ladrillo del prado solo podía desenterrarse cuando el corazón no viajaba por codicia, sino por encontrar lo que tantos seres humanos pierden entre sus riquezas: la felicidad. Y, así, los años pasaron y la muchacha no regresó. Los vecinos, que a veces se consolaban imaginando que había perecido –pues imaginarla desenterrando el tesoro les producía una gran envidia- la olvidaron con el paso del tiempo.

Desde entonces, esta historia se convirtió en un cuento de niños y el secreto murió con el sabio: la joven nunca necesitó levantar el ladrillo que ocultaba aquel tesoro, pues encontró la felicidad en el prado de las maravillas, lejos de las envidias y codicias humanas, acompañada de aquel niño, que era el amor de su vida.

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