Declaración de amor

—La primera vez que la vi estaba acompañada y feliz. Su voz me pareció grave y tenía las cejas muy pobladas, pero tenía una sonrisa tan amplia como sincera. Se sentó en frente de mí y me escuchó tocar. Ella no lo supo y ya no lo sabrá nunca, pero las manos empezaron a sudarme y las teclas del acordeón se me volvieron resbaladizas y engañosas. Yo había llegado hacía tan solo tres meses, pero ella vivía aquí desde hacía un año, por eso hablaba tan bien francés. Cuánto me gustaba cuando la oía hablar con tanta soltura… Verá, el francés y yo no congeniamos muy bien. Yo lo intento y he tomado clases, pero no hay manera… y eso que para el lenguaje de la música tengo un don, ¿eh? Pero para los idiomas nada, no puedo. Por eso ella me parecía tan atractiva, daba gusto escucharla hablar… Después de aquella vez nos seguimos viendo, no tan a menudo como a mí me habría gustado, pero claro, no siempre se tiene lo que se quiere…

—¿Y en todas esas citas, nunca le habló de su novio?

—Sí, sí, claro. Bueno, yo no preguntaba mucho porque me ponía verde de celos, pero alguna vez me habló de él. Sobre todo cuando no les iba bien. En esos momentos era cuando más nos veíamos. Yo creo que me utilizaba como válvula de escape, ¿sabe? Nunca pasó nada entre nosotros. Ya me habría gustado a mí que pasara algo… Y no será porque no insistí, ¿eh? Yo erre que erre, y ella que no y que no. Sinceramente pienso que ella le quería, porque ni una vez se dejó caer en la tentación ni me dejó ver ningún signo de debilidad, excepto por cómo me miraba... Las chispas saltaban cuando nos veíamos. No era una pasión desenfrenada, no, era más bien como un lazo invisible que atrapa dos personas; aunque ellas no sepan por qué o apenas se conozcan, ahí están: unidas por un elemento inexplicable que las atrae como imanes. Así que, inevitablemente, cada vez que nos veíamos nos comíamos con la imaginación, que no con los ojos, porque no creo yo que le atrajera mucho, físicamente quiero decir. Ya ve que soy canijo  y tirando a feo. Pero vaya que si nos atraíamos… yo creo que era por nuestro carisma, aunque ella también me volvía loco por lo guapa que era, todo hay que decirlo…

—Señor Ramírez, entiendo que se sienta abrumado por los hechos y que usted la tenía en mucha estima, y comprendo que quiera recordar todos los buenos momentos, pero ¿le importaría ceñirse un poco más a las preguntas? Todavía no me ha dicho de qué hablaban durante sus encuentros o si ella le confesó algo que pudiera darnos una pista de lo ocurrido.

—Sí, perdone. El caso es que cuando ella estaba mal con su chico nos veíamos más a menudo. Ya le digo que nunca pasó nada, y no creo que me llamara para ponerlo celoso, porque esas cosas se notan. Y si hubiera visto cómo me miraba habría pensado lo mismo que yo, porque era una de esas miradas llenas de amor y de impotencia a la vez, ¿sabe? Como cuando ves a dos novios besándose y a ti te han dejado la noche anterior: los miras con nostalgia. Así me miraba ella, con nostalgia de lo que podría haber sido. Y por eso yo creo que me llamaba en aquellos momentos, porque podía permitirse soñar más que cuando estaba bien con su chico. Porque eso no se hace: cuando estás bien en una relación te alejas de la tentación, aunque esta última sea una fantasía. Pero si estás mal y tienes ganas de mandar toda la relación al carajo, te regocijas en tus anhelos más prohibidos y te permites el lujo de soñar despierto, de imaginar cómo sería tu vida si hubieras elegido a la otra persona. Así que como usted dice, sí, supongo que lo que ella y yo teníamos podrían considerarse “citas”, porque estoy convencido de que tras todos esos “no” ella se perdía a menudo en su imaginación, donde el otro llegaba después de mí y ella ya me había elegido. Y no, respondiendo a su pregunta, por supuesto que nunca me habló de poner fin a su vida, ni a la del pobre chaval. A veces yo la veía deprimida, pero eso es lo que hace esta ciudad, deprime a la gente.

—Muchas gracias, señor Ramírez. Por supuesto, no dude en llamarme si recordara cualquier detalle que pudiera darnos alguna pista más.

—Claro… Perdone, agente, ¿no tienen idea de qué pasó? Sé que no se les permite dar información sobre los casos, pero nunca me habría imaginado…

El policía lo miró con pena y, aunque el código lo prohibía, le respondió por compasión.

—Creemos que tuvieron una fuerte discusión y tras cometer el crimen, ella se tiró por la ventana. Suponemos que fue por remordimientos, pero no descartamos que padeciese alguna enfermedad mental o depresión. Lo siento mucho —añadió con sinceridad y lástima, cuando el interrogado bajó la mirada.

—Era buena persona… Debería poner eso en su informe. Si usted la hubiera conocido entendería por qué me pierdo cuando hablo de ella. Es esta ciudad, que deprime a la gente. Y yo, que tenía que haber llegado antes, para que no hubiera tenido dudas y me hubiese elegido a mí.

Comentarios